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Hace más de 10 años, la
cuarta ciudad más grande de Brasil,
Belo Horizonte, declaró que la
alimentación es un derecho de
la ciudadanía y comenzó
a trabajar para que la comida esté
al alcance de todos. Uno de sus programas
incorpora los productos agrícolas
locales en las comidas escolares. Este
y otros proyectos le cuestan a la ciudad
menos del 2% de su presupuesto.
Al escribir Dieta para un Planeta
Pequeño, aprendí
una simple verdad: la causa del hambre
no es la escasez de alimentos, sino
la escasez de democracia. Pero aquel
entendimiento fue sólo el comienzo,
luego tuve que preguntar: ¿cómo
sería una democracia que permita
a los ciudadanos tener una voz real
en la obtención de elementos
esenciales para la vida? ¿Existe
en alguna parte? ¿Es posible
o es un sueño inalcanzable? Con
el hambre en aumento aquí en
los Estados Unidos (uno de cada diez
de nosotros recurre a los cupones de
alimentos) estas preguntas adquieren
mayor urgencia.
Para empezar a concebir la posibilidad
de una cultura de ciudadanos habilitados
haciendo que la democracia funcione
para ellos, las historias de la vida
real ayudan. Para mí, la historia
de la cuarta ciudad más grande
de Brasil, Belo Horizonte, es un rico
tesoro de este tipo de lecciones. Belo
Horizonte, una ciudad de 2,5 millones
de personas, tuvo alguna vez un 11%
de su población viviendo en la
pobreza absoluta y casi el 20% de sus
niños pasaban hambre. Luego,
en 1993, una administración recién
elegida declaró a la alimentación
como un derecho de la ciudadanía.
En efecto, los funcionarios dijeron:
si eres demasiado pobre para comprar
alimentos en el mercado, no por eso
eres menos ciudadano. El nuevo alcalde
en ese entonces, Patrus Ananias -actual
Ministro de Desarrollo Social y Combate
del Hambre del gobierno de Lula Da Silva-
comenzó creando una agencia municipal,
que incluía un consejo ciudadano
de 20 miembros: representantes sindicales,
de negocios y de la iglesia, para asesorar
en el diseño y aplicación
de un nuevo sistema alimentario. La
ciudad ya involucraba a ciudadanos comunes
directamente en la asignación
de los recursos municipales; el presupuesto
participativo comenzó a
principios de la década de 1990
y desde entonces se ha propagado en
todo el país. Durante los seis
primeros años de la nueva política
alimentaria de Belo Horizonte, tal vez
en respuesta a los nuevos énfasis
en la seguridad alimentaria, el número
de ciudadanos involucrados en el proceso
presupuestario participativo se duplicó
a más de 31.000. La agencia municipal
desarrolló docenas de innovaciones
para asegurar a todos su derecho a alimentarse,
especialmente al reunir los intereses
de campesinos y consumidores. Ofreció
a las familias rurales locales docenas
de lugares selectos del espacio público
en el cual vender sus productos a los
consumidores urbanos, redistribuyendo
esencialmente los márgenes de
ganancia desde los minoristas -que a
menudo alcanzaban el 100%- hacia consumidores
y productores. Las ganancias de los
campesinos crecieron al no haber ningún
proveedor mayorista llevándose
una tajada. Y la gente pobre logró
acceso a alimentos sanos y frescos.
Además de los puestos dirigidos
por campesinos, la ciudad hace que se
encuentre disponible buena comida al
ofrecer a emprendedores la oportunidad
de licitar el derecho de utilizar parcelas
municipales muy transitadas para establecer
mercados ABC (del acrónimo
portugués para Comida a
Bajos Precios). Hoy en día
hay 34 de estos mercados en donde la
ciudad determina un precio fijo -de
alrededor de dos terceras partes del
precio de mercado- para cerca de 20
artículos saludables, la mayoría
provistos por granjas de la misma provincia.
Para los vendedores de los mercados
ABC con los mejores sitios, existe otra
obligación ligada al permiso
de utilización del terreno municipal,
nos explicó Adriana Aranha, que
trabajó para esta agencia municipal.
Otro resultado del paradigma comida
como un derecho son tres Restaurantes
Populares, grandes y aireados, más
algunos locales más pequeños,
que sirven diariamente a 12.000 personas
o más, usando en su mayor parte
comida cultivada localmente, por el
equivalente a menos de 50 centavos por
comida. Nadie necesita probar que es
pobre para comer en un Restaurante Popular,
aunque cerca del 85% lo es. La variada
clientela elimina el estigma y permite
la comida con dignidad,
dicen sus colaboradores. Las iniciativas
de seguridad alimentaria de Belo Horizonte
también incluyen extensas huertas
comunitarias y escolares, como también
clases de nutrición. Además,
el dinero del gobierno federal asignado
a los almuerzos escolares, que alguna
vez se gastaba en comida corporativa
procesada, ahora compra alimentos integrales
de productores locales en su mayor parte.
Estamos luchando contra el concepto
de que el Estado es un administrador
terrible e incompetente, explicó
Adriana. Estamos demostrando que
el Estado no tiene por qué proveer
nada, sino que puede facilitar. Puede
generar canales para que la gente pueda
encontrar sus propias soluciones.
Por ejemplo, la ciudad, en sociedad
con una universidad local, está
trabajando para mantener honesto
al mercado simplemente proveyendo información.
Ellos inspeccionan el precio de 45 alimentos
básicos y artículos de
hogar en docenas de supermercados y
luego publican los resultados en paradas
de autobuses, en Internet, por radio,
televisión y en los periódicos,
para que la gente sepa dónde
están los mejores precios.
Buscar soluciones al hambre significa
actuar bajo el principio de que el estatus
de ciudadano supera a la de mero consumidor.
Comedores
populares: alimentan a unas 12.000 personas
por días usando en su mayor parte
comida cultivada localmente.
El nuevo enfoque en la alimentación
como un derecho también llevó
a los luchadores contra el hambre de
Belo Horizonte a buscar soluciones innovadoras.
En uno de estos experimentos exitosos
se utilizaron cáscaras de huevos,
hojas de yuca y otros materiales normalmente
desechados para crear una harina especial
utilizada en el pan diario de los niños
de las escuelas. Este alimento enriquecido
también se utiliza en las guarderías
infantiles, para que los niños
reciban tres comidas al día.
En tan solo una década Belo Horizonte
disminuyó su tasa de muerte infantil
-utilizada ampliamente como evidencia
del hambre- en más de la mitad,
y hoy en día estas iniciativas
benefician a casi el 40% de la población
de la ciudad, de 2,5 millones de habitantes.
En un semestre de 1999 se disminuyó
la malnutrición infantil de un
grupo de muestra en un 50%. Y entre
1993 y 2002 Belo Horizonte fue la única
localidad en la cual aumentó
el consumo de frutas y vegetales. ¿Los
costos de estos esfuerzos? Cerca de
10 millones anuales, o menos del 2%
del presupuesto de la ciudad. Esto es
aproximadamente un centavo diario por
cada residente de Belo Horizonte. Más
allá de este cambio dramático
que salva vidas, se encuentra lo que
Adriana denomina una nueva mentalidad
social: la comprensión
de que todos en nuestra ciudad
se benefician si todos tenemos acceso
a buena comida: como la salud y la educación,
la comida de calidad para todos es un
bien público.
La
experiencia de Belo Horizonte demuestra
que el derecho a la comida no necesariamente
significa más donaciones públicas
(aunque por supuesto que así
es en las emergencias). Puede significar
redefinir la palabra libre
de libre mercado como la
libertad de todos para participar. Puede
significar, como en Belo Horizonte,
construir coaliciones entre el gobierno
y los ciudadanos, que estén dirigidas
por valores de inclusión y respeto
mutuo.
Sabía que había
mucho hambre en el mundo, dijo
Adriana. Pero lo que es tan perturbador,
lo que no sabía cuando empecé
esto, es que es tan fácil terminar
con el hambre. Las palabras de
Adriana tal vez contengan la lección
más importante de Belo Horizonte:
que es tan fácil terminar con
el hambre si estamos dispuestos a liberarnos
de los marcos limitantes y de ver con
nuevos ojos, si confiamos en los sentimientos
solidarios que forman parte de todos
nosotros, y actuamos no como meros votantes
o manifestantes a favor o en contra
del gobierno, sino como socios que resuelven
problemas junto a un gobierno que responde
ante nosotros.
Adaptación
del artículo de Frances Moore
Lappé publicado en Alimentos
Para Todos, la edición de Primavera
de 2009 de YES! Magazine.
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